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martes, 19 de mayo de 2015

YPF, salarios ejecutivos y estatismo burgués

Según informa La Nación (15/05/15), la petrolera estatal YPF aumentó la remuneración de su directorio -27 personas-, un 30% entre 2013 y 2014, de 19,7 millones de dólares a casi 25,9 millones en 2014. Las cifras surgen de los datos que presenta la empresa a los reguladores bursátiles de EEUU y Argentina, y fueron corroborados por la misma. La remuneración ahora estaría “en línea con los parámetros internacionales”. La noticia ofrece la oportunidad de volver a examinar, desde la perspectiva de la teoría de Marx, el carácter social del directivo de empresa en el capitalismo, sea este privado o estatal, y la naturaleza del estatismo en la sociedad actual.
La remuneración de los ejecutivos es plusvalía
Una de las primeras cuestiones que hay que despejar al analizar la naturaleza social de los ejecutivos es que no basta la forma salarial para definir su carácter de clase. Como planteé hace años en una polémica (veraquí), no se puede identificar automáticamente el salario con la remuneración de la fuerza de trabajo, y por lo tanto con la existencia de la relación de capital –trabajo explotado. Este es el error de los que sostienen que los ejecutivos pertenecen a la clase obrera. Y desde este punto de partida también se suele disimular la naturaleza social del ejecutivo de una empresa estatal, inserta en el modo de producción capitalista (en la idea de que el Estado “es de todos y todas” y el ejecutivo se sacrifica “en beneficio de todos y todas”).
Para aclarar el punto, hay que precisar que la noción de fuerza de trabajo reconoce dos determinaciones. La primera,  y más básica, hace referencia al conjunto de capacidades físicas y mentales que existen en el ser humano, y que este pone en movimiento cuando produce valores de cualquier tipo (véase El Capital, cap. 4 t.1). Pero esta definición aún es muy general; después de todo, siempre los seres humanos han empleado fuerza de trabajo para producir bienes, y  siempre han debido reproducir su fuerza de trabajo. Por eso, si se tomara solo esta determinación, la noción sería a-histórica y se perderían las diferencias que distinguen clases sociales, y por lo tanto, modos de producción (después de todo, el salario es anterior al surgimiento del sistema capitalista).
En consecuencia, es importante avanzar a una segunda determinación, que encierra todo un proceso histórico y social, a saber, la separación, por medio de la violencia, de los productores de sus medios de producción. En otros términos, para que haya fuerza de trabajo los trabajadores tienen que haber sido “liberados” de sus medios de producción (ver aquí acerca de esta liberación). Por eso es que la fuerza de trabajo se enfrenta como mercancía a las condiciones de trabajo que existen bajo la forma de capital, y la relación capitalista es una relación coercitiva (ver aquí). Esta última implica la subsunción del trabajador al capital, y en ella se determinan los modos y ritmos en que se desempeña el trabajo.
Con esto tenemos los elementos para analizar el salario de los ejecutivos de empresa (en lo que sigue la referencia es al cap. 23, t. 3 de El Capital, ed. Siglo XXI). Por un lado, dado que la relación capitalista supone la propiedad del capital frente al no propietario “libre”, el dinero y la mercancía constituyen capital en sí mismos, de manera latente o potencial, y como tales, dan derecho a la apropiación de plusvalía. Pero el título de propiedad no es suficiente para que haya plusvalor; es necesario hacer funcionar el proceso de explotación, y para esto el capitalista debe trabajar. “El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota” (Marx, p. 489). Lo cual no significa que el trabajo de explotar se pueda igualar, desde el punto de vista social, al trabajo del explotado. Es que la contradicción entre el capital y el trabajo ahora se manifiesta en la naturaleza opuesta de ambos tipos de trabajo y trabajadores: el del obrero asalariado genera plusvalía, en tanto el de dirigir la explotación responde a las necesidades del capital en funciones. El ingreso del obrero es remuneración de la fuerza de trabajo explotada; el ingreso del ejecutivo es la remuneración de quien encarna el “capital en funciones”, y por eso mismo conforma una porción de la  plusvalía. Esto es así aunque se haga abstracción del carácter capitalista de esta función. Precisamente la economía burguesa -los neoclásicos, pero también en Keynes y los keynesianos- hace todo un punto de esta abstracción para igualar el trabajo del capitalista con el del obrero.
Sin embargo… ¿acaso el trabajo de coordinar y supervisar la marcha de la producción no es inherente a cualquier modo de producción que involucre el trabajo combinado de muchos individuos? ¿No es entonces un trabajo necesario? Sí, se trata de un trabajo necesario, de la misma forma en que es necesario el trabajo del director de orquesta para que el conjunto suene bien. En este respecto, estamos ante un trabajo productivo“que debe efectuarse en cualquier modo de producción combinado” (ídem, 490). Sin embargo, el trabajo del capitalista, o del ejecutivo, no es el de mero “coordinador productivo”. Es que existe un componente fundamental en la dirección y supervisión de la empresa capitalista que surge “del antagonismo entre el propietario de los medios de producción y el propietario de la mera fuerza de trabajo” (ídem, 493). Cuando elmanagement de la empresa estudia las formas de hacer producir al máximo a la fuerza de trabajo, y aplica las medidas correspondientes; cuando discute salarios con el sindicato; o implementa medidas destinadas a debilitar la resistencia de los obreros, está cumpliendo la función de explotar el trabajo ajeno. Todo esto subraya el contenido antagónico de la relación ejecutivos – obreros, a pesar de la forma salarial común. Y en la medida en que se asciende en la jerarquía de los mandos de la empresa, cada vez más el salario ejecutivo está conformado por plusvalía; y el trabajo productivo de coordinar recae en los rangos intermedios de capataces y jefes de sección, o similares.
El caso de las cooperativas y sus directores
Por supuesto, es difícil establecer, en el funcionamiento concreto de una empresa, cuánto de la remuneración del ejecutivo corresponde al trabajo productivo y cuánto corresponde a su trabajo de explotar. Sin embargo, la diferencia se hace evidente con las cooperativas obreras: “Las fábricas cooperativas suministran la prueba de que el capitalista, en cuanto funcionario de la producción, se ha tornado tan superfluo como él mismo, llegado al cenit de su perfección, considera superfluo al gran terrateniente” (pp. 494-5). Recordemos que después de las crisis, en Gran Bretaña, había  empresas fundidas que eran puestas a trabajar por los obreros bajo la forma de cooperativas. Y existían casos en que el antiguo capitalista era contratado por la cooperativa para coordinar la producción. De manera que estos ex fabricantes supervisaban “por un salario económico, sus propias antiguas fábricas, ahora como directores de los nuevos propietarios…” (p. 495). Agregaba Marx que “en el caso de la fábrica cooperativa desaparece el carácter antagónico de la labor de supervisión, por el hecho que son los obreros quienes pagan al director, en lugar de que éste represente al capital frente a ellos” (pp. 405-6). El salario de estos directores se correspondía entonces con el de una fuerza de trabajo calificada y con instrucción especial.
En términos actuales, la diferencia entre los millones que ganan los altos ejecutivos de las corporaciones modernas, y lo que ganarían como coordinadores contratados por la misma empresa transformada en cooperativa obrera, es la plusvalía. Esto es, el ingreso correspondiente a una función correspondiente a una relación social antagónica.
Ejecutivos de empresas de capitalismo de Estado
Las cuestiones analizadas en el punto anterior no se modifican, en sus aspectos fundamentales, cuando se trata de empresas estatales. Históricamente el Estado capitalista asumió emprendimientos que por su envergadura no podían ser asumidos por el capital privado; o en ocasiones en que el capital privado quiebra y hay interés –puede ser por motivos políticos o económicos- en que la empresa continúe en funciones. Por eso,  las empresas estatales conforman el escenario “normal” del capitalismo hasta el día de hoy. Según The Economist (11/10/14), las compañías estatales de los países de la OECD poseen un valor de alrededor de 2 billones de dólares, y hay otros 2 billones que son participaciones minoritarias de los gobiernos en empresas de diversa índole. Noruega, Francia, Irlanda, Grecia, Finlandia, Corea del Sur, Bélgica, Suecia, Austria y Turquía son los países de la OECD con mayor presencia de empresas estatales. Y en los países no pertenecientes a la OECD, las empresas estatales tienden a ser más numerosas todavía (China, India, Arabia Saudita, Rusia, Indonesia, Malasia, Brasil, Tailandia, entre los más importantes). De acuerdo a Kowalski; Büge, Sztajerowska y Egeland (2013), el valor total de las ventas de las 204 empresas estatales, pertenecientes a 37 países, que figuraban entre las 2000 empresas más grandes de la lista Forbes 2010, equivalía al 6% del producto mundial; y su valor de mercado era de 4,9 billones de dólares (véase P. Kowalski; M. Büge, M. Sztajerowska; M. Egeland, “State-Owned Enterprises. Trade Effects and Policy Implications”, OECD Trade Policy Papers, 2013).
Nunca debería olvidarse que las compañías estatales participan de la explotación del trabajo a la par de las empresas privadas y se rigen según criterios capitalistas. En caso contrario, habrá déficit que deberá ser cubierto con plusvalía deducida de los impuestos del capital “en general”. Pero por esto mismo existen constantes presiones –a través de la competencia de precios y de los mercados financieros- para que se subordinen a la lógica de la valorización. Desde el punto de vista de su rol en el modo de producción capitalista, la empresa estatal produce mercancías (puede ser petróleo, viajes aéreos, electricidad, etcétera) que contienen plusvalía, como sucede con las mercancías producidas por el capital privado. Una parte de esa plusvalía es distribuida entre los accionistas –en la mayoría de las empresas estatales hay participación privada-, o contribuye al funcionamiento del Estado capitalista. Y otra parte corresponde a los directores por su función de explotación. Subrayamos: salarios ejecutivos muchas veces superiores a los de los trabajadores son la expresión natural de una relación de explotación, aun tratándose de una empresa estatal. Aquí, la diferencia cuantitativa se explica por la diferencia social cualitativa.
La teoría de la plusvalía y la independencia  de clase
La remuneración de los directores estatales no tiene entonces misterio. Los millones de dólares que hoy se reparten entre los 27 ejecutivos más altos de YPF son parte de las reglas del juego del sistema capitalista; es una nueva confirmación del carácter capitalista de la estatización de esta petrolera (ver aquí). El tema tiene una importancia que supera su aspecto puramente “económico”. Es que la teoría de la plusvalía permite entender por qué “la propiedad del Estado no suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas” (Engels, Anti-Dühring). Después de todo, el Estado moderno no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones de reproducción del capital, y las empresas estatales son parte de este sistema (ídem). Por eso, sus ejecutivos deben ser remunerados en montos similares a los que reciben los ejecutivos que encarnan al capital privado en funciones. Por eso también, la teoría del valor trabajobrinda una base científica a la lucha política por la independencia de clase. En lo esencial, porque permite comprender por qué no hay hermandad de intereses entre los asalariados que generan plusvalía en una empresa del Estado, y los ejecutivos de la misma, sino antagonismo de clase.
En última instancia, es en este contexto teórico y político que conserva vigencia la recomendación de la Tercera Internacional a los trabajadores, de que no apostar a las estatizaciones burguesas. “Reivindicar la socialización o la nacionalización de las más importantes ramas de la industria, como lo hacen los partidos centristas, es embaucar a las masas. Los centristas no sólo inducen a las masas en el error, al tratar de persuadirlas de que la socialización puede arrancar de las manos del capital las principales ramas de la industria sin que la burguesía sea vencida, buscan todavía desviar a los obreros de la lucha vital por sus necesidades inmediatas, haciéndolas esperar un embargo progresivo de las diversas industrias una después de otra, después del cual comenzará la construcción “sistemática” del edificio económico”, (“Tesis sobre táctica”, Tercer Congreso de la Internacional Comunista).
No es casual que la izquierda “socialista burguesa” –esto es, que aspira a llegar a una suerte de socialismo por la vía del capitalismo de Estado- haya borrado cualquier crítica a la explotación del trabajo. Es que la conciliación entre las clases antagónicas encuentra uno de sus puntos más sólidos en la idea de que, de alguna manera, el Estado y sus empresas “son del pueblo en su conjunto”.
Rolando Astarita.-

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