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miércoles, 8 de abril de 2015

Los que salvan y crean vidas

Todavía pueden verse edificios quemados o semiderruidos en Monrovia, la capital de Liberia. Son cicatrices externas de la guerra civil. Pero eso es historia. Hace apenas seis o siete meses la ciudad vivía otra guerra muy diferente: la epidemia del Ébola. Las personas llamaban por teléfono cada día a sus familiares y amigos, para saber si aún estaban vivos. Cuando los médicos y enfermeros cubanos llegaron, las calles estaban desiertas y el curso escolar interrumpido. “Se olía la muerte”, me dijo uno de ellos. No hay casos positivos nuevos en los últimos veinte días, y crece la esperanza. La gente sale a la calle, las escuelas reabren, los vendedores ambulantes copan las esquinas. Las personas identifican a los cubanos en la calle, les sonríen, es decir, sonríen, y ese verbo adquiere el tamaño de la vida.


La Brigada médica cubana Henry Reeve que enfrentaba el Ébola en Li­beria ha concluido su trabajo. El Gobierno del país, y los representantes de la ONU y de la OMS en Mon­ro­via, se le rindió homenaje el 16 de marzo, en el teatro del Palm Spring Resort.
Hace 18 días que no se registran casos, un dato promisorio, aunque no definitivo. El protocolo de la Organización Mundial de la Salud establece un periodo de espera de 42 días, an­tes de que pueda declararse vencida la enfermedad. He repasado las imágenes del horror que algunas cadenas de televisión difundieron hace apenas seis meses, trastocando la no­ticia en macabro espectáculo. Por entonces, Mé­di­cos sin Frontera afirmaba que la respuesta in­ternacional contra el Ébola era “irresponsable”, “lenta e insuficiente”.
La Brigada cubana, creada para actuar en condiciones de catástrofes naturales, respondió al llamado de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU y de la doctora Chang, di­rectora general de la OMS. Cuando partieron los colaboradores el 1ro. de octubre del 2014, la muerte parecía indetenible. Los primeros viajaron a Sierra Leona, pero cuatro de ellos siguieron hasta Liberia para preparar el arribo de los restantes. “Es dura la tarea de los que marchan al combate del Ébola —escribía Fi­del el 4 de octubre de ese año, en un artículo que titulaba ‘Los héroes de nuestra época’— y por la supervivencia de otros seres humanos, aun al riesgo de su propia vida”. Los he conocido personalmente en estos días, y no asumen poses, pero saben que han hecho el bien. Los hay de casi todas las provincias.
Trabajaron en la Unidad No. 1 de Trata­miento al Ébola, del antiguo Ministerio de De­fensa, junto a personal liberiano y de otras na­ciones de la Unión Africana, y el apoyo logístico de una ONG sueca. Salvaron más de 50 vi­das. Los enfermeros aplicaron a sus pacientes unos 6 200 procedimientos. La ministra en fun­ciones de Salud Pública y Bienestar Social Bernice Dahnlo agradeció, en nombre de la Presidenta del país. “La presencia de los médicos cubanos demostró que somos verdaderos amigos”, afirmó. Y dirigiéndose a ellos, dijo: “Gra­cias por estar dispuestos a venir. Vuestro sacrificio siempre será recordado… No tenemos con qué pagarles, pero lleven nuestro re­conocimiento a sus familiares”.
Habían precedido a la funcionaria liberiana en el uso de la palabra Peter Graaff, representante del secretario general de Naciones Uni­das; Enmanuel Musa, representante alterno de la OMS en Liberia; Kevin M. de Cock, del Centro de Control y Prevención de Enf­er­me­dades In­fecciosas (CDC) de Estados Uni­dos; y Pedro L. Despaigne, Encargado de Ne­gocios a. i. de Cu­ba en Liberia. Algunos de esos oradores des­tacaron la manera en que los cu­banos se integraron a sus colegas liberianos y de otros países. El es­pecialista estadounidense dijo sentir un “gran respeto por el coraje y la dedicación de los médicos cubanos en la atención a los pacientes”.
Día de celebración. Nuestros médicos y en­fermeros estaban distendidos y un poco de­subicados. No se acostumbran a la calma. El in­tensivista trabaja en la inmediatez, bajo presión. Se interpone entre la vida y la muerte. Res­catar una vida es como crearla. Durante me­ses siguieron la intensa rutina del combate y los protocolos de protección, todavía vigentes. El saludo, por ejemplo, es un breve contacto de codos. Pronto regresarán a la Patria, pero dejan una ciudad en la que la vida renace. Otra vez los niños de uniforme en sus es­cuelas. Saben, no obstante, que Cuba necesitará de ellos o de otros como ellos, para salvar y crear vidas.
El gobierno cubano ha manifestado su disposición a colaborar con el de Liberia en la etapa posébola. Y el doctor Peter Graaff, que representa a las Naciones Unidas y a Ban Ki-moon (y compartió antes con los médicos cubanos en Haití), manifiesta su satisfacción por ello: “El esfuerzo debe concentrarse ahora en ayudar al gobierno liberiano a reconstruir su sistema de salud, porque aunque con ayuda de los médicos cubanos estamos cerca de de­rrotar al Ébola, existen otros virus que afectan a la población liberiana. El modelo cubano puede ser aplicable a este tipo de si­tuación”.
¿Puede la Humanidad, intercomunicada, interdependiente, prescindir de la Solida­ri­dad? “El personal que marcha al África nos está protegiendo también a los que aquí quedamos —agregaba Fidel en el artículo citado—, porque lo peor que puede ocurrir es que tal epidemia u otras peores se extiendan por nuestro continente, o en el seno del pueblo de cualquier país del mundo, donde un niño, una ma­dre o un ser humano pueda morir”.
De regreso a la vivienda que por unos días compartiré con estos “héroes de nuestro tiempo”, como los llamó Fidel, repaso el sentido de sus palabras: lo que hagamos por otros hombres y mujeres, lo hacemos por todos los hombres y mujeres. Y siento deseos de gritar junto a él: “¡Honor y gloria para nuestros valerosos combatientes por la salud y la vida!”.
Por Enrique Ubieta Gómez

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