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HISTORIA DEL MARXISMO:CLASE 1-INTRODUCCIÓN

viernes, 10 de abril de 2015

EEUU despliegan actualmente una guerra global cuyo fracaso significaría el fin del Imperio

El hacha de guerra, el anzuelo de la paz y los crápulas transparentes”: Jorge Beinstein


Venezuela y Colombia, dos procesos asociados en la estrategia regional del Imperio.
Sería erróneo subestimar las especificidades de los casos colombiano y venezolano pero también sería grave limitarnos a las tramas nacionales o dotarlas de una autonomía excesiva. Mucho se ha escrito acerca de las globalización del capitalismo a veces para diluirlo todo en una dinámica supranacional apabullante pero en ciertos casos con un resultado opuesto donde lo global aparece como una referencia abstracta, inasible o bien operando como una fuerza exógena misteriosa sobre lo aparentemente “concreto” o “tangible”, lo que está al alcance de la mano, tan complicado y “nacional” que solo puede ser entendido por los que están sumergidos en esa realidad. Entonces se exagera el nivel de poder real de las oligarquías y mafias locales, de sus supuestas fracciones “reaccionarias” o “civilizadas”, de sus contradicciones en países donde como en Colombia están instaladas bases militares del Imperio o donde como en Colombia y Venezuela proliferan los negocios transnacionalizados financieros, mediáticos, narcos, comerciales, etc. y donde importantes sectores sociales altos y medios son desde el punto de vista político-cultural simples prolongaciones coloniales de la sociedad estadounidense.
Los Estados Unidos despliegan actualmente una guerra global cuyo fracaso significaría el fin del Imperio, la lógica de la reproducción del parasitismo norteamericano lleva a la superpotencia a una multiplicación de ofensivas a escala planetaria destinadas a quebrar los obstáculos que frenan su proyecto de superexplotación devastadora de los recursos naturales y humanos del conjunto de la periferia. Los dirigentes del Imperio consideran que ese pillaje desaceleraría la decadencia en curso, impediría el colapso del dólar, bajaría drásticamente los costos de mercancías y salarios coloniales engordando los beneficios de sus empresas, sosteniendo sus mercados internos cada vez más concentrados.
América Latina y el Caribe constituye un espacio decisivo de dicho proyecto, su recolonización integral es una pieza clave de una ofensiva planetaria cuya implementación en la región abarca un amplio abanico de operaciones convergentes. Se trata de una mega estrategia flexible que incluye las desestabilizaciones de mediana intensidad en Brasil y Argentina, la intervención directa encubierta en Colombia, los golpes de estado en Honduras o Paraguay, la tentativa de desestabilización de alta intensidad apuntando hacia la intervención militar en Venezuela, el ensayo de “abrazo-de-oso” buscando desarticular a Cuba, la instalación de avanzadas militares en Perú, etc. El objetivo final es la transformación del patio trasero latinoamericano en una región caótica, sin barreras estatales ni rebeldías significativas a su dominación.
La exacerbación de las intervenciones imperialistas coincide con (busca aprovechar la) declinación de los gobiernos progresistas cuyas dificultades abren brechas que facilitan esas embestidas. La agudización de la crisis global impacta sobre América Latina, las altas tasas de crecimiento económico han quedado en el pasado, las contradicciones sociales se agudizan y ponen en jaque a los equilibrios progresistas que demuestran su fragilidad, un buen ejemplo de ello es Brasil donde el gobierno derechiza su política económica causando descontento popular sin por ello calmar el apetito de las elites y las clases medias reaccionarias cada vez mas reaccionarias que buscan la revancha apuntando hacia la hiper concentración de ingresos y el sometimiento integral de los pobres.
Es dentro de ese contexto global-regional que deben ser ubicadas las operaciones imperiales en curso sobre Colombia y Venezuela.
El hacha de guerra
Venezuela aparece como el objetivo central del capitulo latinoamericano de la guerra energética global de los Estados Unidos. La república bolivariana cuenta con el 20 % de las reservas mundiales de petróleo convencional, el primer puesto global. La confrontación de este hecho con la información sobre las reservas limitadas y declinantes a mediano plazo del petróleo convencional y de esquisto en los Estados Unidos bastaría para medir la urgencia del Imperio por devorar ese bocado. La propaganda acerca de las supuestas inmensas reservas norteamericanas de petróleo de esquisto ha terminado por chocar con la dura realidad: recientemente la Agencia de Energía de los Estados Unidos dio a conocer que antes del fin de la década actual la producción norteamericana de petróleo de esquisto llegará a su máximo nivel luego de lo cual empezará a decaer, en realidad la crisis de ese sector ya ha comenzado impulsada por la baja del precio del petróleo que ha reducido sensiblemente sus beneficios (haciéndolos negativos en un número creciente de casos).
Pero no se trata solo de petróleo, pese a la demonización mediática internacional del proceso venezolano el mismo sigue operando como un incentivo importante para los movimientos populares de la región, para los comportamientos estatales independientes respecto de la dominación estadounidense. Pese a la desaparición de Chavez Venezuela sigue siendo una pieza decisiva de articulaciones rebeldes ante el poder imperial como ALBA y otras iniciativas regionales y hacia otros espacios de la periferia.
La “Orden Ejecutiva” de Obama contra Venezuela declarándola una “amenaza extraordinaria” a la seguridad nacional de los Estados Unidos no es un ejercicio retórico sino un paso decisivo de una ofensiva que busca acorralar al gobierno y a las fuerzas armadas venezolanas, alentar a la oposición, movilizando a sus grupos conspirativos más radicales. Con esa decisión Washington da un salto cualitativo en la deligitimación del estado venezolano ante Occidente abriendo de esa manera un capítulo de intervenciones directas y encubiertas, de reconocimientos legales o de hecho a “representantes de la oposición”, de apoyo a posibles levantamientos armados, a una agresión del ejercito colombiano, etc., es decir a escenarios conocidos en otros lugares de la periferia como Siria o Libia. Esa es la linea de acción principal.
No faltan funcionarios de gobiernos progresistas latinoamericanos e incluso del propio gobierno venezolano proclives a ver el lado moderado de la tormenta para suponer que la declaración imperial tiende mas bien a presionar a Venezuela para empujarla astutamente hacia la derecha buscando la instalación de un “gobierno de unidad nacional” (mezcla pragmática de chavistas razonables y opositores conciliadores) amigo o menos enemigo de los Estados Unidos. En realidad esa ilusión forma también parte de la estrategia estadounidense golpeando por un lado y ofreciendo al mismo tiempo una salida pacífica intentando así ablandar al campo enemigo, crear fisuras y deserciones, el juego forma parte del manual para principiantes en guerras coloniales.
Washington sabe bien que a largo plazo no hay alternativa suave para Venezuela, cualquier derechización brutal o gradual generaría una concentración de ingresos acompañada inevitablemente por revanchas sociales de las clases superiores que automáticamente harían estallar rebeliones populares. El proceso bolivariano no trajo la transición socialista prometida, no le quebró la espina dorsal al capitalismo (despegue imprescindible del camino postcapitalista), se empantanó en una confusa e interminable “transición” hacia la transición anunciada, pero lo hizo aportando numerosas conquistas sociales, movilizando a los de abajo, llenando sus cabezas de esperanzas, forjando identidad popular, autoestima de los humildes. Eso no se puede borrar fácilmente.
Así como existe en Venezuela un fascismo macizo en las clases medias y altas que solo se conforma con una contrarrevolución sangrienta también existe un chavismo profundo en las clases bajas que ha aprendido a odiar al capitalismo, a los Estados Unidos, que sabe pelear. El chavismo no aplastó al país burgués imponiendo al país popular y socialista, el resultado de su conducción desordenada ha sido la creación de dos países incompatibles entre si.
Para Washington se trata de conquistar Venezuela, ni más ni menos, no para instaurar un nuevo orden colonial sino para parasitar libremente sobre el caos, para saquear riquezas nevegando en medio de la desarticulación violenta de una sociedad estratégicamente sometida. Para visualizar el futuro venezolano deseado por Washington no sirve leer los viejos textos acerca del ascenso del fascismo en Italia o de los neofascismos militares mas recientes de América Latina, alcanza con echarle una mirada a Irak o Libia.
El anzuelo de la paz
Una pieza clave en la conquista de Venezuela es el ejército colombiano, la fuerza armada regular con mayor experiencia de combate de la región, 460 mil personas (incluyendo las tres armas más la policía nacional). Se trata de lejos del mayor aliado militar con que cuentan los Estados Unidos en América Latina útil tanto para la realización de incursiones rápidas como para una invasión a gran escala y como aparato de respaldo a una guerra prolongada en Venezuela. A estas fuerzas profesionales es necesario agregar varias decenas de miles de paramilitares inmediatamente operativos o de fácil reclutamiento.
Pero esa fuerza agresiva potencial está maniatada en el territorio colombiano por una insurgencia que no ha podido ser doblegada luego de medio siglo de represión y que en caso de guerra civil o de invasión a Venezuela podría convertirse en el núcleo principal de una extendida guerra popular abarcando a ambos países o por lo menos en una aliado estratégico decisivo de los combatientes venezolanos. Para los estrategas del Imperio sacar de la escena regional a esa insurgencia es un objetivo prioritario, no lo han podido hacer por la vía militar tratan ahora de lograrlo a través de un complejo operativo envolvente de presiones directas e indirectas y de ofertas tentadoras combinadas con la amenaza (y la práctica) permanente del garrote bélico. Intentando convertir a la creciente debilidad (y decreciente legitimidad) del régimen colombiano en una suerte de trampa letal colocada en los pies de la insurgencia, “permitiendo” su extensión (tendiendo a la sobre extensión) política más o menos legal con la finalidad de crearle ataduras sistémicas de todo tipo (institucionales, políticas, ideológicas, sociales, etc.) que le impidan salir de la ruta del apaciguamiento. Al entramado local se agrega un no menos embrollado juego de presiones regionales y extraregionales más o menos “amistosas” completando el cerco psicológico. Apaciguar, dislocar, dormir, penetrar a ese factor perturbador extremadamente peligroso es la obsesión de esos manipuladores de alto vuelo. La estrategia tiene algo de ciencia y algo de poker porque se basa principalmente en la capacidad (difícil de medir) de absorción (de degradación politiquera) del régimen colombiano cuya evolución se articula cada vez más en torno de dos dinámicas interrelacionadas que pueden ser maquilladas, adornadas con garantías democráticas ilusorias pero no eliminadas ya que constituyen el núcleo duro, sobredeterminante de la reproducción del sistema, de su inserción en el capitalismo global.
En primer lugar el aparato militar cuyo sobredimensionamiento con relación a la sociedad colombiana se corresponde con la larga guerra interna de la que ha sido protagonista pero también con su vinculación-dependiente con del aparato militar norteamericano y sus estrategias coloniales. Atravesado por negocios mafiosos propios y lazos directos con el imperio dispone de significativos márgenes de autonomía respecto de la camarillas burguesas locales con las que comparte intereses. No es un secreto para nadie que los Estados Unidos cuentan con las fuerzas armadas de Colombia para sus futuras operaciones militares regionales y extraregionales, solo algún progresista iluso puede creer que el Imperio y sus lacayos locales pueden llegar a aceptar pacíficamente la democratización y reducción significativa de esa estructura criminal.
En segundo lugar la creciente hegemonía económica en Colombia del complejo agro-minero exportador (agricultura casi sin campesinos y minería ultra-extractivista) expulsor de población y destructor del medio ambiente, el modelo se va imponiendo en América Latina atravesando gobiernos neoliberales y progresistas y responde a la lógica global del capitalismo, de sus polos imperialistas (decadentes pero poderosos) decididos a saquear los recursos naturales de la periferia.
La eliminación o subordinación democrática de ese núcleo duro equivaldría en términos concretos a la quiebra de la espina dorsal del capitalismo colombiano, cuesta creer que los dueños del sistema se resignen a perderlo mientras el Imperio exacerba su guerra planetaria.
Los crápulas transparentes
Los Estados Unidos expanden su despliegue militar por América Latina secundado por sus aliados de la OTAN.
Veamos algunas noticias recientes. En Paraguay acaba de desembarcar un contingente de expertos británicos en inteligencia militar, según lo informado por el gobierno de ese país, que se suman así a una cifra desconocida de “asesores” norteamericanos formales y de mercenarios de distinto origen (1). Estados Unidos ha decidido la instalación en Honduras (en la base de Palmerola) de una denominada “Fuerza de Tarea de Propósito Especial Aire-Tierra de Marines-Sur” que dotada de la más alta tecnología estará en condiciones de operar rápidamente en cualquier zona de la región considerada “en situación de crisis” (2). Durante 2015 unos 3200 marines norteamericanos están llegando a Perú prolongando las tareas de apoyo que ya venían realizando destinadas, según la información oficial… “a combatir las amenazas insurgentes” (3).
Con relación a la dupla Colombia-Venezuela las noticias no pueden ser más claras. A comienzos de este año fue anunciada la instalación en el departamente de La Guajira, fronterizo con Venezuela (próximo de Maracaibo) de una unidad blindada capaz de desplazarse rápidamente llamada “Fuerza de Tarea de Armas Combinadas Medianas” (FUTAM). La nueva unidad militar dispondrá de blindados de última generación, según la publicación especializada “defensa.com en el acto oficial de entrega de los mismos el ministro de defensa de Colombia Juan Carlos Pinzón “refiriéndose a un escenario futuro de pos-conflicto ante la posibilidad llegar a la paz con la guerrilla de las FARC, resaltó que las Fuerzas Armadas de Colombia ‘están hoy en capacidad de interoperar con otras del mundo, especialmente con las de otros países con estándares internacionales y con misiones que busquen garantizar la paz global’…”. Los “otros países” son en primer lugar los Estados Unidos y sus socios de la OTAN & Co que “garantizan la paz” (?) con sus guerras en Libia, Irak, Afganistań, Yemen, Siria, Palestina, Ucrania…
Esto coincide con lo ocurrido en la “mesa de expertos” convocada por el ministro Pinzon en torno del tema del futuro de las fuerzas armadas colombianas donde Mary Beth Long ex subsecretaria de Defensa de los Estados Unidos señalo que “los militares (colombianos) están estudiando otras amenazas en la región que pueden representar sus vecinos como es Venezuela, y prepararse para esas eventualidades, y los felicito por ello porque hay otros desafíos en el horizonte, y su fuerza pública, su liderazgo y su policía ya se están preparando para eso” (4).
Pero el departamento de La Guajira no es solo el lugar de una base operativa destinada a agredir a Venezuela, hace pocos días la agencia de noticias ADITAL informaba que “Desde que el principal río de la región fue represado y su agua privatizada por la industria agrícola y por la mayor explotación de mina de carbono a cielo abierto del mundo, la mayor comunidad indígena de Colombia, compuesta por los pueblos Wayúu, muere de hambre y sed. Situada en el extremo norte del país, en la península desértica de La Guajira, la población sufre por desnutrición, contabilizando por lo menos 37 mil niños indígenas desnutridos. Datos señalan que cerca de 14 mil niñas y niños ya murieron de inanición”.

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