La mayoría de los torturadores condenados en firme por
torturar ciudadanos vascos detenidos por motivos políticos han sido indultados
por el Gobierno y bien pocos han sido los no indultados a quienes han aplicado
realmente las penas impuestas.
Sirva
como ejemplo lo sucedido en el caso de la ya fallecida Ana Ereño, conocida militante feminista y
trabajadora de Egin, que fue detenida
el 28 de abril de 1982, cuando tenía 55 años. Ereño fue puesta en libertad tras
estar incomunicada diez días en dependencias policiales y los informes forenses
no dejaron lugar a dudas sobre el trato que sufrió, ya que reflejaron las muy
numerosas contusiones, equimosis y hematomas que presentaba.
Como en la gran mayoría de los casos de torturas, los torturadores hicieron
todo lo posible para que el proceso judicial se eternizara y finalmente quince
años después, en 1997, la Audiencia
de Bizkaia condenó
a cinco agentes por torturar a Ereño. Una condena que se hizo firme tras ser
ratificada por el Supremo en 1999.
El Gobierno indultó de inmediato a dos de ellos, y en el caso de los otros tres
torturadores se sirvieron de todo tipo de subterfugios para evitar aplicar la
pena, que conllevaba su inmediata expulsión de la Policía. A dos les concedieron
la jubilación anticipada, y al tercero le han aplicado la pena con más de
catorce años de retraso, cuando ya estaba en condiciones de acceder normalmente
a la jubilación.
Fue, más o menos, lo mismo que hicieron en el caso de Felipe Bayo y Enrique Dorado, dos de los guardias
civiles del cuartel de Intxaurrondo condenados por secuestrar, torturar,
asesinar y enterrar en cal viva a los refugiados Lasa
y Zabala, la
primera acción de los GAL.
En el caso de Dorado, el diario El
Mundo contó que «ante
las amenazas de éste de confesar toda la presunta implicación de Intxaurrondo en la guerra sucia» le
concedieron una pensión vitalicia «con el 200% de su sueldo». Para ello,
pretextaron que sufría una invalidez total por supuestos problemas psíquicos
derivados de su “labor profesional”, e hicieron otro tanto en el caso de Felipe
Bayo.
El único agente al que sí se ha aplicado la pena por torturar a Ana
Ereño también
estuvo involucrado en la guerra sucia. Se trata de Leoncio Castro y el motivo
de haber ejecutado dicha pena con tantísimos años de retraso parece evidente,
el miedo a que revelara no pocos detalles sobre el terrorismo de Estado. En
concreto, sobre lo que se afirmaba en el artículo “El
inspector Leoncio Castro era el jefe de operaciones del GAL”, publicado por el diario El
Mundo el 10 de
octubre de 1995.
Según dicho artículo, Leo Castro «pagaba de su bolsillo y en metálico
-con dinero procedente de los fondos reservados- entre 5.000 y 30.000 pesetas a
policías de Pamplona que viajaban al sur de Francia para marcar etarras.
Ayudaba mucho la colaboración, pagada también con fondos reservados, de
policías franceses».

Leo Castro no fue, además, el único condenado por torturar a Ana
Ereño que estuvo
directamente implicado en la guerra sucia. También lo estuvo uno de los agentes
indultados,Julio Hierro, quien fue asimismo condenado en el
caso del secuestro de Segundo Marey, la
primera acción de guerra sucia reivindicada usando las siglas GAL. Hierro
recibió el indulto gubernamental en ambos casos, el de torturas y el de guerra
sucia, y tras dejar la Policía fue durante muchos años jefe de seguridad en
España de una de las grandes marcas de automóviles francesa, Peugeot.
Significativamente, la seguridad de la principal marca francesa, Renault, estuvo también a cargo de otro famoso
torturador, José Antonio González Pacheco “Billy
el Niño”, del
que se ha hablado no poco a raíz de que la jueza argentina María Servini pidiera su extradición, a causa de su
terrible historial torturador durante el franquismo, y el Gobierno español la
negara.

Xabier Makazaga, investigador del terrorismo de Estado.
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