Venezuela instalada en el peor de
los escenarios interpela a la conciencia de muchas y muchos latinoamericanos.
¿Qué ha ocurrido para que una oposición mediocre, sin programa político más
allá del odio y el revanchismo contra todos aquellos que sean chavistas, haya
podido conseguir unos resultados de tanta holgadez que prácticamente los coloca
en la puerta de obtener el gobierno?
Sin duda son varias las razones
que fueron generando este presente, unas provocadas por el enemigo y otras muy
ligadas a las propias contradicciones y errores de un proceso revolucionario,
del que nadie, absolutamente nadie, está exento.
Tiene razón Nicolás Maduro cuando
señaló en la madrugada del 7D que por sobre todas las cosas triunfó la guerra
económica, y con ella puso a la contrarrevolución al borde de asaltar ese
poder tan deseado por sus monitores de Washington. Una guerra que prácticamente
se convirtió en estos dos últimos años en un bloqueo gestado desde adentro
mismo del país para minar día a día, hora a hora, la voluntad de resistencia de
quienes, dentro del propio pueblo venezolano, batallaron heroicamente contra el
paro petrolero del 2002 y así hasta la fecha.
“Guerra", se pronuncia fácil
esa palabra cuando no se la vive en lo cotidiano: madres deseosas de dar de
comer a sus hijos soportando largas colas, llenando sus bolsas no de alimentos
sino de frustraciones continuas ante la falta de leche, harina pan, papel de
baño, jabón, y tantos otros artículos que se escamotean con criminal
insistencia. Contrabando hacia Colombia, llevándose lo que en cada ciudad
escasea. Hay que haberlo vivido para saber que la bronca que estas situaciones
producen, apuntan casi siempre hacia arriba, no para denunciar solamente a los
gestores reales de estas estrategias letales, empresarios millonarios e
inescrupulosos ligados a la oposición más cerril, sino que también, casi
lógicamente, el desánimo suele poner al gobierno en la mira. Es indudable que
un pueblo, con el nivel de conciencia adquirido en estos 15 años de Revolución,
se plantee exigir a su Gobierno que tome las riendas en sus manos, que aplique
toda la dureza necesaria para que los que se enriquecen con el dolor de los más
humildes no sigan humillándoles, que si hay que nacionalizar, expropiar y
llenar las cárceles de desabastecedores no le tiemble la mano. Que se suba un
escalón más y se nacionalice el Comercio Exterior para ir reparando los daños
causados por problemas estructurales que se vienen arrastrando desde la Cuarta
República.
La capacidad de comprensión de
estas demandas urgentes, formuladas una y otra vez, generan un pozo de
desesperanza cuando no se obtienen respuestas, y de allí a desmovilizarse
-física o mentalmente- hay un solo paso, y la oposición, impulsora directa de
todos estos climas, supo aprovecharse de los mismos. Sólo basta imaginar que de
ese 25 por ciento de ciudadanos que se abstuvieron, un buen porcentaje son
chavistas, que sin pasarse directamente a la derecha, sí quisieron protestar a
su manera contra un gobierno que paradójicamente es el que más ha hecho por
ellos en el último siglo.
Pero hay más razones, que son
similares a lo que han venido sufriendo todos los procesos progresistas y
revolucionarios del continente. El terrorismo mediático, claro que sí. Esa
andanada mortífera de mentiras lanzadas por los medios locales y externos,
creadores de “escenarios" como pocos, gestores de iniciativas
desestabilizadoras o maestros en la creación de “liderazgos”, como el realizado
con el golpista Leopoldo López, o apelando a la institucionalización del
“victimismo”. Allí está el ejemplo de la esposa del reo, Lilian Tintori, a la
que el dinero a raudales invertido por la coalición antichavista internacional
(los Aznar, los Felipe González, los Pastrana o los Tuto Quiroga y Uribe Vélez)
sirvió para pasearla por todo el mundo, a efectos de provocar adhesiones en su
cruzada contra “el dictador Maduro”.
Todos estos elementos son un detalle
que quizás no hubieran alcanzado para llegar hasta este presente, si detrás de
cada una de las jugadas contra el gobierno venezolano no estaría el Imperio y
una larga lista de cómplices, entre los que el fascismo español ocupa la
delantera. Es precisamente ese protagonista tan especial, que desde el mismo
momento en que Hugo Chávez llegó al gobierno, puso en marcha todos los
mecanismos para lograr su derrocamiento. De idéntica manera pero con diferentes
resultados a lo que intentaron hacer con la Cuba de Fidel y Raúl.
Ese imperio es, no hay que
olvidarse, el enemigo principal de la Revolución que ahora está al borde del
precipicio, pero a la vez debería ser la matriz que provoque un gigantesco y
urgente esfuerzo de reconstrucción de las fuerzas populares para enfrentarlo en
todos los terrenos posibles. No es que se haya perdido una elección, sino que
se puede perder una Revolución, y eso sí que cuesta años o a veces siglos, si
se piensa en recuperar un escenario similar.
Todo indica que no hay que bajar
los brazos ni caer en depresiones paralizantes, aún "tenemos Patria” y a
la vez se corre contra reloj, como para titubear o sumergirse en propuestas
tibias, claudicantes, socialdemócratas, que suelen abundar en las entrañas del
Proceso, inducidas por “asesores” europeos que en sus países son poco y nada.
Se trata de defender todas las conquistas alcanzadas, las Misiones, la
Educación, las viviendas, la tierra repartida. Contra todo ello embestirá sin
dudas, con desprecio y prepotencia racista, ese “universo” que representa la
oposición derechista que ahora ha llegado con fuerza a la Asamblea Nacional.
Entregarles las conquistas, sería suicida. Endurecer el proceso revolucionario,
escuchar lo que se grita en barrios y parroquias, ir por todo, a pesar de las
circunstancias, quizás no resulte exitoso, pero vale la pena intentarlo. Existe
un liderazgo, Nicolás Maduro, el hombre en el que el Comandante Chávez depositó
todas sus esperanzas y confianza. El jefe de un ejército de humildes y
patriotas que ha sabido cumplir con la difícil tarea, a pesar de los pesares.
Qué más se necesita para empinarse de valor y pegar un volantazo, con el pueblo
movilizado en la calle. Aún estamos a tiempo, y vale la pena recordar en estas
duras circunstancias, aquella frase premonitoria pronunciada por Fidel después
del desembarco del “Granma”: “tenemos 10 hombres y 10 fusiles, vamos a ganar la
Revolución”. A casi 57 años de esa gesta, Cuba sigue de pie.
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