Porque en Suramérica es el primer lugar donde se ha recuperado la política, la discusión ideológica y hasta un proyecto civilizatorio diferente al que imperó durante la nefasta década de los ’90 cuando primó el Imperio norteamericano como potencia hegemónica.
Pero esa época de cambios y ese cambio de época surgidos desde Suramérica, indefectiblemente iba a trascender más allá de los océanos. Y ese proceso comenzó este año con un giro político profundo del pueblo griego, que tomó algunas de las experiencias políticas de nuestros países.
Por eso, nuestros procesos han adquirido tanta importancia política, no sólo para nosotros mismos, sino para el mundo, y de ahí la importancia de lo que está en juego.
Luego de concluida la Segunda Guerra Mundial, durante todo el siglo XX el mundo se dividió en dos: la órbita de influencia del capitalismo con Estados Unidos a la cabeza, y la del socialismo con la URSS como referencia. Después de la caída del Muro de Berlín, sobrevino una década larga de hegemonía unipolar por parte del Imperio norteamericano. Eran los tiempos del neoliberalismo salvaje y del sometimiento de nuestros países a partir del Consenso de Washington. Nos habían hecho creer que había terminado la historia y que habían muerto las ideologías. Lo único que resistía por esas épocas era el glorioso pueblo cubano defendiendo dignamente su revolución, contra el bloqueo y el aislamiento.
Hasta que en 1998 llegó Hugo Chávez al gobierno en Venezuela y comenzó a demostrar que no todo había terminado. El primero de enero de 2003 llegó Lula en Brasil y en mayo de ese año Néstor Kirchner en Argentina. La mancha de aceite se iba extendiendo.
El 5 de noviembre de 2005, esos tres hombres (Chávez, Lula y Kirchner) hicieron algo que nunca hubiéramos creído posible: plantársele al mismísimo mandamás imperial y decirle NO. Fue no a George W. Bush y no al Alca, un intento de dominación neocolonial que venía intentando imponer Estados Unidos ya desde las épocas de Bill Clinton.
Después, la mancha de aceite siguió extendiéndose con Evo Morales que llegó al gobierno de Bolivia en enero de 2006 y Rafael Correa que hizo lo propio en Ecuador un año después. En 2008 fue el turno de Fernando Lugo en el Paraguay.
El caso de Michelle Bachelet en Chile y del Frente Amplio en Uruguay tienen algunos bemoles, pero se pueden sumar a este verdadero cambio de época.
Por primera vez en la historia, seis, siete, ocho presidentes coincidieron en una idea de integración regional, y en mirar más a sus propios pueblos que a las metrópolis imperialistas. De este modo, nuestros pueblos podían apoyarse entre sí para intentar cambios profundos en la Patria Grande.
Y así se le dio otro cariz al Mercosur, surgió Unasur y luego la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe).
Hoy, en pleno siglo XXI, el nuevo Imperio ya no es un Estado nación. El Imperio es el poder financiero internacional y su poder corporativo, que por supuesto usa a Estados Unidos como una de sus patas, la bélica. Pero también están sus otras patas o tentáculos, el poder mediático hegemónico y las trasnacionales de agronegocios, entre otros. Entonces la verdadera lucha hoy en el mundo es de corporaciones contra democracia. Y en esa lucha, el Imperio necesita neutralizar a la política como una herramienta válida para cambiar la realidad.
En ese contexto, no puede permitir que continúen caminando los procesos políticos de Suramérica, cada uno con sus grandes diferencias, e incluso con sus grandes falencias y contradicciones. Pero lo que no puede permitir el Imperio es que los pueblos decidan por sí mismos.
Por todo esto, más que una cuestión económica y más que la voracidad por nuestros recursos naturales (que también es real), de lo que se trata es de una necesidad política fundamental, casi de vida o muerte. Es la vida o la muerte para esas corporaciones y para nuestras democracias. O vive la democracia o vive el poder corporativo e imperialista. No hay lugar para ambos poderes.
Y en el medio también está la vida de pueblos enteros, de millones de personas. Las tácticas varían según la correlación de fuerzas y según distintas coyunturas internacionales. Primero intentan con proyectos políticos que representan la reacción liberal-conservadora, para retrotraer la historia a esos años ’90 donde la pérdida progresiva de derechos no tenía alternativa a la vista porque la historia había terminado. Más o menos lo que viene sucediendo en Europa hasta ahora.
Pero cuando esos proyectos políticos de derecha reaccionaria fracasan y se muestran incompetentes, el rol de verdadera e implacable oposición es asumido por el poder mediático y se desata la batalla cultural en todas sus formas, incluido el intento de neogolpe, como viene ocurriendo en toda nuestra Patria Grande: Venezuela en 2002; Haití en 2004; Bolivia en 2008; Honduras en 2009; Ecuador en 2010; Paraguay en 2012.
En la actualidad lo estamos viendo claramente y contemporáneamente en tres de nuestros países: en Argentina con la forma de golpe judicial a partir del caso Amia y la muerte del fiscal Nisman; en Brasil con la orquestación de un plan destituyente para intentar evitar que el gobierno del PT avance con una ley de medios antimonopólica; y en Venezuela con el golpe continuado que ahora ha tomado la forma de guerra económica, muy parecida a la librada contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile y que concluyó con el golpe fascista de Pinochet y la CIA. Decimos que son neogolpes porque no se dan con tanques ni bayonetas, sino con los medios de comunicación a la cabeza y el manual de “resistencia civil” Gene Sharp, un agente de la CIA y asesor del Pentágono. Nos rehusamos a llamarlos golpes blandos o golpes suaves, porque traen muchos muertos y no son ni blandos ni suaves.
Pero cuando estos neogolpes también fracasen definitivamente, no hay que descartar una intervención armada directa de Estados Unidos, este brazo bélico del Imperio. En ese contexto son preocupantes las declaraciones de esta semana del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, diciendo que Venezuela constituye “una amenaza extraordinaria” para su país. ¿Quién es una amenaza para quién? ¿Cuántas bases militares tiene Venezuela cerca de Estados Unidos? ¿O algún país latinoamericano? Ninguna.
¿Cuántas bases militares tiene Estados Unidos en Latinoamérica? 36. Varias de las cuales están estratégicamente distribuidas alrededor de Venezuela y Brasil. Sobre todo las siete de Colombia, las nueve de Perú, dos en Paraguay y otras en la República de Guyana, Surinam, la Guayana Francesa y Vieques, en Puerto Rico.
A todo eso hay que sumarle la Cuarta Flota, recientemente puesta en valor, que patrulla todas nuestras costas por el Atlántico y el Pacífico Sur. Y hay que sumarla la larguísima historia de intervenciones armadas e invasiones en nuestro continente, desde la formación de Estados Unidos como nación.
Ya lo decía Simón Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a sembrar de miserias la América Latina en nombre de la libertad”.
Por todo lo expuesto, estamos ante una coyuntura de vida o muerte y es urgente tomar conciencia de las amenazas que se ciernen contra nosotros. Esta semana esto es evidente sobre todo contra Venezuela y contra Brasil. En Brasil hay un neogolpe en marcha para destituir a la presidenta Dilma Rousseff, usando como excusa un escándalo de corrupción surgido en el estatal Petrobras que involucra a toda la clase política brasileña. En todo caso se requiere una reforma política, que es una de las propuestas de Dilma. Pero no un golpe.
En Venezuela, la guerra económica podría dar lugar a una guerra de verdad, si el complejo tecnológico-militar-industrial termina llevando de las narices a Obama hacia sus intereses.
Por esto es fundamental que todos los ciudadanos sepamos lo que está pasando, por qué, y comprendamos que esto es una cuestión de vida o muerte para todos. Y es urgente que Unasur, Mercosur y la Celac se reúnan y paren estos ataques en marcha.
Es ahora o nunca, ya hemos demostrado en otras ocasiones que podemos. Como decía el general José María Córdova antes de la batalla de Ayacucho: “De frente, armas a discreción y a paso de vencedor”. O como dijo Néstor Kirchner antes de la batalla de Mar del Plata: “De frente, democracia a discreción, y a paso de vencedor”.
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